Hoy abro una reflexión sobre el aferramiento y el miedo al cambio.
Hay muchos tipos de apego, aunque todos comparten el mismo germen: el miedo a lo desconocido. Prueba de ello es la creencia limitante que avala una conocida y casi siempre destructora frase popular que dice:
«Más vale malo conocido que bueno por conocer».
Los apegos más visibles pueden ser aquel con la pareja, el trabajo, la tierra natal, las creencias, «lo que podría haber sido», «lo que podría ser»... Y existen también otros un poco más abstractos o no tan evidentes como el apego al logro.
El apego al logro es una tendencia en la que asociamos nuestro valor personal o identidad con nuestros éxitos o metas alcanzadas. Parece lógico y exento de drama, pero el problema ocurre cuando estas expectativas no se cumplen. Cuando la autoestima por esos resultados depende únicamente de la aceptación de agentes externos, (ya sean instituciones, familiares, conocidos, amigos, compas de trabajo o seguidores en redes sociales) perdemos el control sobre nuestra estabilidad emocional, y con ello, la confianza de seguir adelante, que puede llevarnos incluso a una crisis existencial.
No hay nada malo en estar orgullosa de lo que hacemos, siempre que nuestro estado de paz no dependa de ello de forma única. En la vida hay momentos exitosos y momentos fallidos. La teoría es maravillosa, como siempre. Pero la práctica requiere sabiduría y viceversa. Ser conscientes cada día de cómo somos y buscar los «por qués», nos llevará al equilibrio práctico. Para ello, estoy trabajando mucho la ecuanimidad, y así poder gestionar «lo bueno» y «lo malo» con suavidad.
En esta sociedad, nuestra satisfacción y autoestima dependen en gran medida del exterior, en lugar de ser algo más estable, más genuino, más inherente al ser. Está claro que el reconocimiento es una señal de que estamos creando impacto, pero no siempre esto determina que el impacto es bueno. Hay personas con reconocimiento que no aportan valor a la sociedad, es más, que son un obstáculo para el desarrollo y la expansión de conciencia, como por ejemplo figuras de la extrema derecha, Belén Esteban o el rey.
Siempre he tenido fuerte apego a mis resultados, pero esta conciencia la visualizo con intensidad durante mi experiencia migratoria. Me sentí muy aferrada a importantes logros, como mi trabajo en el Cervantes o los avances de alemán. Nunca es sencillo dejar ir mientras pegas un volantazo (que suele venir con derrape incluido).
Tenía miedo de ser presa del «coste de oportunidad», un concepto en economía que te pone frente a la ilusión mental de «que pasaría si...». Se utiliza en la teoría de la negociación y la estrategia para valorar que consecuencias tienen nuestras decisiones, o también, las consecuencias que tiene no tomar ninguna. Este «coste de oportunidad» es un concepto útil, pero también algo peligroso, pues nos hace mirar al pasado y al futuro nublándonos muchas veces del presente: la decisión correcta que corresponde aquí y ahora.
Más que preguntar «qué pasaría» tuve que preguntarme «qué está pasando».
Marca España
-«No idealices España» -me dijo un día una compañera cuando le confesé que no podía más. Esta persona llevaba años queriendo dejar Berlín, rozando el límite de la depresión, pero no se atrevía a mejorar su situación.
Desde luego que no, que nunca idealicé España en materia de desarrollo socioeconómico. Ese es el motivo por el que emigro con regularidad. Y es que España, que es bella en tradiciones, sol y gastronomía, vive históricamente sin soberanía económica. Hay veces incluso, que una siente culpa por pedir el contrato antes de empezar a trabajar o saber cuánto vas a cobrar antes de tenerlo por delante. Un país al servicio del adinerado, que genera una precariedad laboral sin precedentes, donde chupar el culo y hacer horas extras sin remunerar se convierte en una herramienta infalible para el ascenso.
Esa falta de autoestima reflejada en el empleo, baja la de los españoles y españolas, quienes vacíos de propósito y con una complacencia pilotada por el miedo y la desesperanza, aceptan contratos basura, se hacen el Harakiri con oposiciones de escasas plazas que muchos jamás consiguen, y viven experiencias de abuso de poder y dependencia.
«¿Estás dispuesta a realizar horas extras no remuneradas si el negocio lo requiere?»
«¿Cómo llevas trabajar bajo presión?»
Entrevistadores varios | España 2013-2018
«En la calle hace mucho frío»
Un operario de Airbus, 2013
Esta insatisfacción también se refleja en la cantidad de almas que emigran sin querer emigrar, (no es mi caso en concreto) y sufren el paso de los años buscando fuera la jugada perfecta. Pero, como nos enseñan grandes maestras del yoga: la salida es hacia dentro.
El cuerpo es un semáforo
La mente miente, el estómago no.
Hay un tipo de sufrimiento que solo se sufraga con una transición, pero para eso hay que soltar los apegos de la situación en cuestión. A veces ese cambio es un giro de 180 grados de tu ilusión mental, de tus expectativas, pero ahí empieza lo interesante de la vida. Los parches por miedo al cambio solo mantendrán ese status quo de desgaste durante más tiempo. Todo eso lo almacena el cuerpo, lo produce un sankara, que viene a ser una marca del karma en forma de memoria, que a veces es dolor y a veces gloria.
El cuerpo siempre avisa, es un semáforo, sincero y calibrado. Tenemos que aprender a interpretar su lenguaje, sus señales. Darle lo que necesita, que normalmente no son fármacos, sino naturaleza, estabilidad y nuevos hábitos.
Para saltar hay que soltar. Solo así liberamos de peso la mochila y nuestras alas soportarán el peso de nuestro cuerpo, ahora más ligero, para volar como humana libre hacia un nuevo rumbo.
Volver
Me di cuenta de que lo valiente no era quedarse, era volver.
Debo reconocer que no soy muy fan de Chiclana. Siempre me quejo de que es aburrida, pasiva y machista. De que no hay cultura ni espacio para el arte. Mi extrema sensibilidad drena todo eso y crea un estado de insatisfacción interno. Declaro que soy muy de mindset, soy moderna de pueblo, sí soy. Entonces me surge la idea de: ¿por qué no trato de aplicar yo pequeños cambios y ver qué pasa?
Cuesta demasiado aceptar que cambiamos, que nuestros gustos evolucionan o que el modo de hacer las cosas ya no nos sirve. Esto puede traducirse en dejar a personas, cambiar de trabajo o cambiar un enfoque, pues para renacer, hay que morir antes.
Ahora que volví, siento la importancia del apoyo incondicional de una red afectiva que cree en mis ideas, me arrima el hombro, me da besitos, me escucha, me pone un plato de comida rica por delante y me lleva con todos los tiestos de DJ al bar donde me toca pinchar. Gracias a mi familia, amistades y todas las personas que venís a verme en los shows. Y a ti, queridísima música electrónica, gracias por ser lenguaje universal.
Lo más difícil de tener ideas, es llevarlas al plano físico.
Llevar a cabo estos proyectos personales me otorga el papel de responsable como agente de cambio y me quita el de víctima, pues he aprendido que de nadie podemos esperar la respuesta que deseamos, porque eso sería una expectativa, y por tanto, un apego «de lo que podría ser».
«Había viajado por todo el desierto, conocido muchas personas y aprendido el lenguaje del mundo, que no son más que enseñanzas que estaban en su corazón»
El Alquimista
En el desenlace del Alquimista, cuando Santiago regresa de sus aventuras, descubre que el tesoro estaba en su tierra natal, entregándole la enseñanza de que el verdadero tesoro es su propio desarrollo, los valores que adquirió y su conexión con el mundo. Esta conclusión encapsula el mensaje central de Coelho: el viaje y la transformación personal son los verdaderos premios, más allá de cualquier recompensa material.
Felicidades por tu valentía, pienso lo mismo hay "figuras" que en apariencia no aportan nada, pero de los espíritus caídos también se aprende. Gracias a Paulo Coelho y tantos otr@s, el equilibrio es perfecto.
Me ha encantado!! Sigue adelante siempreeeee!