Este collage se lo regalé a Kathrin, la profesora que me enseñó alemán desde el A2 al B1. Esa mujer era muy tierna. Me recordaba a la profesora de la película de Matilda, la que cuidaba de sus alumnas y finalmente adoptó a la protagonista.
También amé a Samila, mi profe de B2. Su origen era iraní pero parecía del barrio de la Viña. Sus clases eran un verdadero show, activista política, enamorada de la democracia alemana y comediante por los cuatro costados.
Hace unas horas me dieron el resultado del examen de alemán y… ¡Tengo el certificado B2! Pensaba que no estuve a la altura, pues ha sido de las pruebas más difíciles que he rendido. A ambas mujeres os doy las gracias por crear sinapsis en mis neuronas.
Me encanta reflexionar sobre lo que significa para mí hablar distintos idiomas. Uso la metáfora de 5ª dimensión:
Para aprender lenguas adicionales, hay que olvidarse de la vieja escuela de traducción y ponerse las gafas cuánticas que te hacen ver el mundo con otra perspectiva. Aprender idiomas es lo mismo que ver un universo nuevo, una expansión de conciencia. Sin duda: la comunicación intercultural te hace más humana.
Es muy curioso como con cada idioma que hablo me siento una persona un poco diferente (sigo siendo yo, pero la forma siempre cambia el mensaje). Por supuesto, cualquier lengua que no es la de una misma te hace más vulnerable, o mejor dicho: más humilde. Me encanta moverme por una «yo» que siempre ha existido, pero que he descubierto al contemplar nuevas perspectivas de mí misma. Por que esos rasgos de la personalidad están en ti, también eres tú.
Cuando hablo francés me siento más amorosa, más amable, más culta, y más mignon, como dicen de hecho los propios franceses. Mignon significa «mona», «dulce», o en el inglés cute. También más sensual, más fuego.
Con el alemán, me siento más justa, conecto con el elemento tierra. ¡Y de la tierra también observo que saco mi lado humorístico (e irónico, pues esto es muy alemán xD)! Adaptar la personalidad andaluza a este idioma provoca un buen maridaje. También, la potencia del propio idioma me hace sentir muy «echá pa’lante».
Con el inglés, diría que me siento práctica, más sencilla. La sensibilidad de mi carácter se difumina como humo de cigarro en el aire. El inglés economiza mi energía emocional.
El nexo común de todos los idiomas es que me conectan con un lado más suave de mi ser. En español, al ser lengua materna, fluyo como el agua, pero a veces el torrente se vuelve salvaje, y observo más claro mis patrones comunicativos: las tendencias del ego. Mi propio idioma me exige poner más consciencia en lo que digo y en cómo lo digo.
Conclusión: aprender idiomas es una herramienta terapéutica, de autoconocimiento y de expansión mental. Siempre eres tu misma, pero empiezas a conocer rasgos de tu personalidad que no tuvieron la oportunidad de manifestarse antes.
Y no olvidemos lo más importante:
Si no hablamos lenguas nuevas o estamos en procesos de aprendizaje, debemos acordarnos de que existe un lenguaje universal: el amor. Porque no hay gramática para reír, abrazar y mirarse a los ojos sin miedo.