Hoy me levanté antes de que amaneciera. Recibí en mis ojos la primera luz de la mañana. Una experiencia maravillosa que no suelo disfrutar porque soy remolona. La luna parecía un sol. También la yema de un huevo duro.
Me encanta dormir 9 horas al día. Siento que no albergo tanta paz en mi cuerpo intenso que cuando me fusiono con las sábanas de algodón de mi camita de Heidi. Mi batería necesita 9 para recargarse. Se dice que nuestros antepasados dormían más de 9. Lo de dormir entre 6 y 8 es un invento de la sociedad moderna. ¿O acaso en vacaciones no te hartas de dormir?
Pero también me encanta la sensación de madrugar (sin sueño). Esto es una práctica que me está costando, pero que estoy haciendo hábito, aplicando los consejos de los frikis de los ritmos circadianos. La solución es sencilla: acostarme mucho antes. Eso lo resuelve todo. Si nos acostamos y despertamos en los tiempos de la naturaleza, las cosas fluyen mejor. De ahí viene la expresión:
«A quién madruga Dios le ayuda».
Pero debería ir acompañada de: «quién antes se acuesta, antes se levanta».
En realidad, te ayudas a ti misma, lo de Dios es una especie de eufemismo. Presenciar los colores del cielo en la mañana es un regalo, sobre todo aquí, que hay colores. Imitar a la naturaleza nos conecta con nuestro centro, por que somos 1 con ella. Así pueden calmar las mentes inquietas.
Este invierno es diferente a mis anteriores tres. Menos frío, menos soledad. Cada invierno escribo una carta. Dedico unas líneas a esta estación que solía ser gélida donde vivía antes. Desde luego que, viviendo en Chiclana, las bajas temperaturas solo se sienten dentro de casa, pues para dos meses atrevidos con velos de intenso rocío, no se acostumbran sus gentes a invertir en calefacción central.
Lo que si tiene de similar este invierno con el de 2024, es la situación de incertidumbre financiera. Esa inestabilidad cada vez más «estable» de muchas de nosotras, sobre todo en meses de baja temporada. Dicen que los momentos de recesión anuncian una subida, un proceso de aceleración, una expansión. Y debe ser así, porque se sabe que las leyes que gobiernan el universo se comportan de esta forma: antes de un subidón hay un retroceso. Me imagino que por eso de «coger impulso».
Así lo es todo.
La ciencia, con su teoría del Big Bang, sugiere que el universo comenzó como una singularidad, un concepto que tanto en la ciencia como en la espiritualidad adoptan el mismo nombre. Las tradiciones, religiones y otras filosofías, por su lado, llaman a esta fuerza primordial creadora de todo lo que existe «Dios», «Logos», «Espíritu», «Tao» o «Consciencia universal», por nombrar algunos de los muchos conceptos.
Según esta la teoría del Big Ban, el universo comenzó con un punto de concentración extrema antes de expandirse. Es como si ese punto concentrado se «encogiera» antes de pegar el bimbaso. En cierta manera, ese punto «desaceleró», toda su energía se contrajo antes de explotar en expansión y así se creó el Universo.
Me encantan las leyes metafísicas, que tan meta no son, porque luego las transforma Einstein con álgebra y no hay discusión ninguna. Yo creo que no hay nada con orientación más loca que la teoría de la relatividad, porque no hay nada más relativo que esta teoría.
El sentimiento espiritual de los científicos toma la forma de un extasiado asombro ante la armonía de la ley natural, que revela una inteligencia de tal superioridad que, comparada con ella, todo el pensamiento sistemático y la actuación de los seres humanos es un reflejo absolutamente insignificante.
Albert Einstein
Me sentó demasiado bien el amanecer esta mañana.
En el ciclo anual, el invierno puede interpretarse también como una desaceleración. La vida se retrae, los árboles están desnudos, las plantas parecen «dormir» y la energía se acumula bajo la superficie.
Me gusta compararme con la naturaleza. Estoy viviendo otro invierno con recursos mínimos y me pongo a reflexionar sobre la ley de la desaceleración. Los meses de enero y febrero son meses de baja temporada. Me siento como ese árbol, desnuda en medio del campo. Pero a diferencia de éste, un poco impaciente, otro tanto más inquieta.
La naturaleza reacciona con el sol, así brotan las flores. Todo va por estaciones. El invierno contempla meses de ermitañismo, de crear, de viajar hacia a dentro, de bajar las ideas, de cultivar hábitos y de gestar propuestas.
Este período de quietud, es esencial para la renovación y el crecimiento explosivo que tendrá lugar meses después, cuando recogeremos nuestros frutos maduros: habrá llegado la primavera.